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Matinal Para Damas 2014

No por accidente, sino con un propósito

“Así dice el Señor, el que te hizo,  el que te formó en el seno materno y te brinda su ayuda”  Isaías 44:2 NVI

Tal vez, en algún momento de la vida te preguntaste para qué naciste o por qué Dios te puso en este mundo. O quizá tus her­manos mayores te dijeron alguna vez que fuiste un error de tus padres. No, no eres un accidente, sino una cria­tura soñada por nuestro Dios mucho antes de que fueses concebida por tus padres. Fuiste diseñada por la mente de nuestro amado Creador. Si llegaste a la vida es porque Dios quiso crearte. Puedes repetir con David: “Jehová cumplirá su propósito en mí” (Sal. 138:8).

Crecí en un hogar feliz. Mis padres fueron muy cariñosos con nosotros. Soy la menor de tres hermanos y muchas veces, por ser la más mimada, mis hermanos me molestaban diciéndome que yo no fui planificada, sino un accidente de mis padres. Como era pequeña, lloraba al escuchar esto, pero mi madre, que era una mujer que amaba mucho a Dios, me consolaba con palabras hermosas, que aún guardo en mi corazón como un tesoro: “Rocío, Dios nunca hace nada por ca­sualidad ni comete errores, tú llegaste a este mundo con un propósito. Dios te ama mucho”.

Fui creciendo y estudié en instituciones adventistas. Soy fruto de la educación cristiana y alabo a Dios por eso. Terminé mis estudios universitarios en admi­nistración y trabajé en una importante institución financiera de mi ciudad por muchos años. Mi novio era misionero de la Iglesia Adventista y trabajaba en uno de los distritos eclesiásticos de nuestra unión. Yo tenía un futuro prometedor. Me estaba perfeccionando en el ámbito profesional y amaba mi trabajo, pero sabía que si me casaba con él, debía comprometerme totalmente con su vocación de misionero. Así fue como a un año de casada tomé la difícil pero firme decisión de dejar mi trabajo, y ¡no me arrepiento!

Querida amiga, hoy sirvo feliz a Dios junto a mi esposo. El Señor nos ha regalado a Anna Paula, mi querida hija. Mi madre tenía razón, Dios me creó con el propósito más elevado que puede recibir el ser humano: el servicio a los demás. He puesto mis dones y mi tiempo al servicio de la iglesia y Dios me envía bendiciones “hasta que sobreabundan” (Mal. 3:10).

Rocío Castro González de Rivas, Ecuador

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