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«Se puso a pensar: “¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre! Regresaré a casa de mi padre»» (Lucas 15: 17, 18).
Jenny Woods lloraba sobre su almohada. Durante la cena, sus padres habían anunciado que se mudaban de California a una granja en Oklahoma. A Jenny no le importaba mudarse a una granja, pero su padre les había comunicado que Sugar, su gato persa, no podría viajar con ellos. Sugar odiaba viajar. Aun en los trayectos cortos, por ejemplo cuando acudían al veterinario para vacunarlo, se volvía salvaje e incontrolable.
Los planes avanzaron y Jenny fue aceptando, muy a su pesar, el hecho de que Sugar no los acompañaría. Cuando llegó el día de la mudanza, Jenny entregó a Sugar a la vecina. La vecina garantizó que cuidaría a Sugar el resto de su vida. Jenny apretó su cara contra la ventanilla del automóvil y sollozó.
—No te preocupes, mi vida—intentó tranquilizarla su padre mientras la vecina y Sugar desaparecían de su vista—. Te compraremos otro gato en Oklahoma.
—Pero ese gato no será Sugar —lamentó Jenny.
A medida que avanzaban los kilómetros, Jenny dejó la tristeza a un lado para empezar a entusiasmarse con la ¡dea de llegar a su nuevo hogar. La granja tenía todo lo que había soñado. Le encantaban su habitación, su escuela y sus nuevos amigos. Su felicidad era plena hasta que, un mes después, su madre recibió una carta de la antigua vecina: Sugar se había escapado y no había regresado.
Trece semanas después, la madre de Jenny barría el porche de la casa cuando una bola de color dorado que le resultó familiar saltó a sus brazos. ¡Era Sugar! ¡Había recorrido cerca de 2,400 kilómetros para regresar a casa! Nadie sabía cómo lo había logrado. A pesar de que su cadera estaba muy perjudicada, no había duda de que era Sugar. Sabía dónde estaba su hogar, dónde estaba su familia y dónde estaba el amor.
El hijo pródigo sabía dónde estaba su hogar y dónde podía encontrar el amor: en casa junto a su padre. En ocasiones, tú y yo sentimos que estamos muy lejos de nuestro hogar pero, a diferencia del gato, somos nosotros quienes nos hemos alejado. Aun así, al igual que el hijo pródigo y Sugar, sabemos cómo encontrar el camino de vuelta a casa junto a Dios y su amor.
Tomado de: Lecturas devocionales para Menores 2014 “En la cima” Por: Kay D. Rizzo