«El día del regreso del Señor llegará cuando menos se lo espere, como un ladrón que llega de noche» (1 Tesalonicenses 5: 2)
Obligué a mis pies a salir de debajo de las sábanas y a plantarse sobre la alfombra. De la manera más silenciosa posible, me levanté y miré alrededor de la oscura habitación. El reflejo de la luz de la ventana iluminaba uno de mis candelabros. Agarré la fría superficie de metal del candelabro y avancé lentamente hasta la puerta de la habitación mientras escuchaba a mi atacante caminar de puntillas. Podía ver su sombra en la pared y la débil luz de su linterna. Una vez en posición, levanté el candelabro y contuve la respiración.
Cuando la sombra del hombre llegó a la entrada de la puerta, grité lo más alto que pude e intenté golpearlo. El desprevenido extraño gritó de terror. Sujetó mi muñeca para evitar que el candelabro alcanzara su objetivo y, en plena pelea, frente a frente, chillamos el uno en la cara del otro. Ni siquiera escuché cómo mi marido se levantaba de un salto de la cama y se golpeaba la espinilla contra la mesita de noche. Su alarido de dolor, los chillidos de nuestras hijas atemorizadas, que momentos antes estaban dormidas, los gritos del intruso y los míos formaron un espeluznante coro del terror. Al otro lado de la puerta trasera, nuestro perro aullaba.
—¡Soy yo, Gary!
Una voz familiar rompió mi grito. Gary, un antiguo estudiante, explicó su presencia en nuestra casa: «No nos lo esperábamos, pero nos dieron permiso y decidí tomarles la palabra y aceptar su invitación a visitarles cuando quisiera. Puesto que era tan tarde, pensé que podía entrar y acostarme en el sofá hasta mañana, pero preferí venir a avisarles de que estaba aquí para no asustarlos». Gary no era un ladrón ni un enemigo. No había irrumpido en nuestro hogar, lo habíamos invitado.
La Biblia dice que, para algunas personas, Jesús volverá como un ladrón que llega en la noche. Otros estarán esperándolo con los brazos abiertos. Mi marido y yo invitamos a nuestro amigo Jesús a que venga a nuestra casa y entre en nuestros corazones todos los días de nuestra vida. Por este motivo, estoy segura de que volverá, no como un ladrón, sino como un amigo.
Tomado de:
Lecturas devocionales para Menores 2014
“En la cima”
Por: Kay D. Rizzo