“Sabemos que toda la creación gime a una, como si tuviera dolores de parto. Y no sólo ella, sino que también nosotros mismos {…} también gemimos interiormente, mientras aguardamos {…} la redención de nuestro cuerpo.” Romanos 8: 22,23 NVI.
Muchas veces había leído y escuchado que antes de la segunda venida de Cristo su pueblo sufriría “dolores como de parto”. Antes de ser madre no le daba la verdadera dimensión a estas palabras, pero ahora que Dios me ha permitido traer dos niños a este mundo, lo comprendo plenamente.
Mi segundo hijo nació tres semanas antes de lo esperado. Las contracciones empezaron por la mañana y a las 20:00 estaba en la sala de partos.
El útero se había dilatado lo suficiente para tener un parto natural, sin embargo, el bebé no descendía. Si esto no ocurría, para salvarle la vida y evitarle problemas si sobrevivía, deberían practicarme una cesárea.
Cuando los médicos me indujeron al parto, descubrieron que mi pequeño había aspirado meconio (primeras deposiciones intrauterinas del feto) mezclado con el líquido amniótico, lo cual podía dificultar su respiración e irritar las vías respiratorias.
Presa de una mezcla de dolor, miedo y angustia le rogué al Señor que me ayudara y salvara a mi bebé. Después de la oración, Dios permitió que mi pequeño se colocara bien en el canal de parto, y a mí me dio las fuerzas necesarias para que el alumbramiento no necesitara de la cesárea. No fue fácil… pude escuchar su llanto ¡una hora y media después! No fue solo el pequeño quien lloró, también mi esposo y yo, pero nuestras lágrimas eran de alegría. Mi dolor y mi angustia se disiparon como la oscuridad ante el sol naciente.
Al agradecer y alabar a Dios pensé que no hay mejor comparación que esta: mientras estemos en este mundo nos tocará gemir como si sufriéramos dolores de parto que pondrán nuestra vida en peligro, pero la recompensa de ver a Jesús volver para llevarnos con él será mucho mayor.
Querida amiga, ningún dolor que nos aqueje en este mundo es mayor que la recompensa que el Señor nos ofrece: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Cor. 2:9).
Deysi del Rocío Guevara Fiallos de Cuaical, Ecuador
Tomado de: Lecturas devocionales para Damas 2014 “De mujer a mujer” Por: Pilar Calle de Hengen