Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar. 1 Timoteo 3:1, 2.
A fines de diciembre de 1853, Elena de White se sumó públicamente a su esposo en su súplica por el orden evangélico. Sobre la base de su parecer respecto de una visión recibida durante su viaje al este con Jaime en el otoño de 1852, escribió que “el Señor ha mostrado que el orden evangélico ha sido temido y descuidado en demasía.
“Debe rehuirse el formalismo; pero, al hacerlo, no se debe descuidar el orden. Hay orden en el cielo. Había orden en la iglesia cuando Cristo estaba en la Tierra, y después de su partida el orden fue estrictamente observado entre sus apóstoles. Y ahora, en estos postreros días, mientras Dios está llevando a sus hijos a la unidad de la fe, hay más necesidad real de orden que nunca antes; porque, a medida que Dios une a sus hijos, Satanás y sus malos ángeles están muy atareados para evitar esta unidad y para destruirla” (PE 97).
Estaba especialmente preocupada por el nombramiento de ministros. “Hombres cuya vida no es santa y que no están preparados para enseñar la verdad presente entran en el campo sin ser reconocidos por la iglesia o por los hermanos en general, y como resultado hay confusión y desunión. Algunos tienen una teoría de la verdad, y pueden presentar los argumentos que la favorecen, pero carecen de espiritualidad, de juicio y de experiencia” (ibíd., pp. 97, 98).
Esos “mensajeros enviados por sí mismos”, protestó, “son una maldición para la causa”; especialmente para “algunas almas sinceras [que] cifran su confianza en ellos”, pensando que están en armonía con la iglesia. Debido al clero autodesignado, “es más agobiador que entrar en campos nuevos el ir a lugares donde los que estuvieron antes ejercieron mala influencia” (ibíd., p. 99).
A causa de los problemas, instó a que “la iglesia debe sentir su responsabilidad, y averiguar con cuidado y atención la vida, las cualidades y la conducta general de aquellos que profesan enseñar”. La solución, añadió, incluía ir a la Palabra de Dios para descubrir los principios bíblicos del orden evangélico, e “imponer las manos” solo “a aquellos que dieron pruebas claras de que recibieron su mandato de Dios” (ibíd., pp. 100, 101).
El liderazgo eclesiástico es una responsabilidad tremenda. Debemos tomarla en serio, tanto en sus requisitos como en su práctica.
Que Dios ayude a su iglesia, mientras se abre paso en un mundo deshecho.
Tomado de: Lecturas devocionales para Adultos 2014 “A menos que Olvidemos” Por: George R. Knight