«Porque niño nos es nacido, hijo nos es dado». Isaías 9:6
Cuando ella supo que estaba embarazada, una enorme emoción embargó su vida. Aquello anhelado por años estaba haciéndose realidad nuevamente, pero el temor surgió de entre los recuerdos y fue tiñiéndolo todo. «¿Y si pasa de nuevo? ¿Y si no prospera?» se preguntó.
La duda poco a poco llenaba su mente. Realilzó su consulta médica. La ecografía reveló un saco gestacional vacío, y junto a la indicación de estar alerta ante cualquier manifestación de desprendimiento, venia la palabra «esperar». Debía esperar una semana y repetir el estudio. Esa sería la semana más larga de su vida. Estaba asustada y muy angustiada. Al llegar a su casa no pudo controlar sus lágrimas, brotaban de lo más profundo de su corazón. De rodillas le pidió ayuda a Dios. Nada podía hacer ella más que esperar su valioso auxilio. Cual suave caricia para su alma afligida, casi como voz audible del Señor, recordó las palabras «Jehová cumplirá su propósito en mi; tu misericordia, oh Jehová, es para siempre. No desampares la obra de tus manos» (Sal. 138:8)
Luego de la semana, los latidos de un nuevo corazoncito se hicieron escuchar, rítmicos y vigorosos, manifestando la inmutable misericordia divina.
Es una bendición ser madre. Nada hay que reemplace esa experiencia. Cuando esa nueva personita llega a nuestra vida, el amor que nace en el corazón es único, imcomparable, incondicional. Junto a ese sentimiento, inmediatamente surge el deseo de protección de todo lo que pueda ser peligroso o agresivo para él, y nos urge la enorme y sagrada responsabilidad de educar y conducir esos piececitos en las sendas del Señor.
¿Cómo hacer para lograr tal cometido? A menudo parecerá una carga más pesada de lo que podemos llevar. Es entonces cuando tenemos el privilegio de contarle todo a Dios en oración, echando nuestra carga a sus pies, para hallar la fuerza que nos sostendrá y dará aliento, esperanza y sabiduría en todo momento.
Aunque a veces sintamos que todo esfuerzo es infructuoso, el Señor tiene mil maneras insospechadas de ayudarnos. Mantengamos abierta la comunicación directa con Aquel que puede darnos su amorosa ayuda.
Alejandra Valicente de López, Argentina
Tomado de: Lecturas devocionales para Damas 2014 “De mujer a mujer” Por: Pilar Calle de Hengen