«No dará tu pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda. He aquí, no se adormecerá ni dormirá el que guarda Israel». Salmo 121: 3,4.
Aquel domingo de primavera me llegó de manos de mi esposo un ramo de rosas rojas, como regalo del Día de la Madre. Mientras lo ponía en un florero, llegó un mensaje a mi celular: “¡Sala de partos!”. Mi hija mayor tenía fecha de parto para fines de octubre, y con su esposo avisaron a la numerosa familia antes de que se produjera el nacimiento de nuestra primera nieta, ya que todos queríamos “participar activamente” de ese momento.
Como abuela materna me ofrecí para cuidar a la madre y la bebé la primera noche, a lo que mi yerno me respondió que no haría falta porque él cuidaría de las dos. Dios sabía que mi corazón de madre deseaba tener el privilegio de velar por ellas, pero acepté respetuosamente.
Al leer el mensaje, entre sollozos de emoción me vestí y alerté a mi hija menor; tomé el ramo de flores y le dije a mi esposo: “Virginia está por dar a luz”. Rápidamente nos subimos al auto y llegamos al sanatorio. Nos comunicaron que faltaban unos pocos minutos, y ya en esa sala de espera éramos una multitud… “¡Cuánta razón tenía mi yerno!”, pensé.
Alas 13:05 del domingo 16 de octubre de 2005 nació Camila. Apenas bajaron a la flamante mamá a la habitación, cedí con alegría “mi ramo de flores” al abuelo Héctor, que se lo regaló al instante a su hija, quien sorprendida dijo: “Papá, ¡qué rapidez!”. Entre risas le contamos la historia del ramo, pero aceptó gustosa.
Pablo, extenuado, luego de la vigilia de la noche anterior, me dijo: “Clarita, ¿podrás cuidar esta noche a Virginia y a la bebé?”. “Por supuesto” respondí. Y así fue.
Después de un día con tantas emociones y visitas, se retiraron uno a uno y nos quedamos las tres. La bebé se durmió y pronto la madre también, por lo que quedé atenta a cualquier detalle, velando por las dos.
Esa noche recordé la maravillosa promesa del texto de meditación de hoy: “No dará tu pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda” (Sal. 121:3)… y lo comprendí plenamente.
Gracias, Señor, por Camila y por el privilegio de ser “abuela” y celebrarlo con rosas rojas un Día de la Madre, cuando mi primogénita fue, por tu gracia, “mamá”.
María Clara Zeliz, Argentina
Tomado de: Lecturas devocionales para Damas 2014 “De mujer a mujer” Por: Pilar Calle de Hengen