Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras. 1 Tesalonicenses 4:16-18.
¡Qué palabras consoladoras! Especialmente para la joven Elena Harmon. Su descubrimiento de Dios como “padre bondadoso” le infundió vigor para hacer sonar la buena noticia de la Segunda Venida, a fin de que otros pudiesen prepararse para el feliz acontecimiento.
Por lo tanto, en contra de su carácter naturalmente tímido, comenzó a orar en público, a compartir con otros, en las reuniones de las clases metodistas, su creencia en el poder salvífico de Jesús y en su pronto regreso; y a ganar dinero para comprar materiales impresos a fin de difundir la doctrina adventista.
La última actividad la fatigó especialmente. Debido a su mala salud, tenía que sentarse recostada en la cama, para tejer medias a 25 centavos por día, para hacer su parte. Intensamente sincera, su convicción se mostraba en cada aspecto de su vida. Llevó a muchas de sus amigas jóvenes a la fe de Jesús.
No solo Elena sentía entusiasmo por la verdad adventista predicada por Miller, sino también sus padres y sus hermanos. Pero su congregación metodista local, que enseñaba que Cristo no vendría hasta después de mil años de paz y plenitud, no apreciaba la agitación constante de la enseñanza del pronto regreso de Cristo. Como resultado, en septiembre de 1843 expulsó a la familia Harmon de su membresía.
La experiencia de ellos reflejaba la de muchos otros adventistas milleritas de todas partes, que se negaban a permanecer callados sobre el tema del regreso de Jesús en el futuro cercano.
Pero, Elena y la mayoría de los demás milleritas no se preocupaban demasiado por su expulsión de las diferentes confesiones religiosas; después de todo, Jesús aparecería en pocos meses más, y entonces todos sus problemas se terminarían. Con esa esperanza en mente, los creyentes milleritas continuaron reuniéndose con el propósito de animarse, a medida que se acercaba el tiempo predicho.
El gozo llenaba sus corazones. Según diría Elena más adelante, el período que se extendió de 1843 a 1844 “fue el año más feliz de mi vida” (NB 66). Al mirar atrás, nos damos cuenta de que aquellos creyentes estaban errados en cuanto al tiempo del advenimiento, pero no estaban equivocados en cuanto a la esperanza en sí. La bendita esperanza del advenimiento de Jesús todavía es un gozo que llena nuestro corazón con expectación.
Tomado de: Lecturas devocionales para Adultos 2014 “A menos que Olvidemos” Por: George R. Knight