Moisés les dijo a los israelitas: «Tomen en cuenta que el Señor ha escogido expresamente a Bezalel, hijo de Uri y nieto de Jur, de la tribu de Judá». Éxodo 35:30.
Admiro a Bezalel. Seguramente, esa admiración está directamente relacionada con mi absoluta incompetencia para los trabajos manuales. Pero, más aún admiro el hecho de que este artesano fuera llamado específicamente por Dios. Lo llamó por nombre. Me parece estupendo.
Normalmente, cuando pensamos en un llamado tan específico y tan directo, pensamos en un profeta o en un rey. En una persona “importante». En realidad, Dios hace importante a aquel a quien él llama, no importa para qué tarea.
Cuando Dios quiere usar a un ser humano que se colocó en sus manos, no busca títulos universitarios ni cuentas bancarias llenas. Solo busca un corazón vacío, que él pueda llenar y moldear como lo necesite, y un par de manos prontas para realizar la tarea prevista. ¿Tienes esas manos? ¿Tienes ese corazón? ¡Estás en la mira de Dios para una obra importante!
Dios conocía a Bezaleel en todos sus detalles. Nombre, familia, ascendencia, todo. Lo conocía tanto por “fuera» como por dentro. Sabía de sus talentos, de sus habilidades, y -sobre todo- conocía su corazón. Un corazón dispuesto a recibir la sabiduría, la inteligencia, el conocimiento que necesitaba para realizar la obra necesaria.
Dios te conoce. Conoce tu familia, por mejor o peor que sea o haya sido. No te puedes esconder detrás de tu apellido, ni para bien ni para mal.
Dios te conoce. Conoce tus habilidades y tus defectos. No te puedes esconder detrás de tus virtudes ni de tus falencias.
Dios te conoce. Conoce tu corazón. No importa lo que todos digan, no importa la opinión de la mayoría: él sabe exactamente qué puede esperar, que te puede pedir, porque sabe todo sobre ti.
¿Recuerdas el mensaje a Laodicea? El argumento central del inicio del mensaje es: “Yo te conozco”, conozco tus obras, conozco tu realidad. No importa lo que digas, no importa lo que creas, no importa lo que digan. Yo te conozco. Sé qué puedo esperar (y qué no) de ti.
Por eso, cuando sientas el llamado de Dios para la obra que él quiera que realices, no dudes, no discutas: solo entrégale un corazón abierto y un par de manos dispuestas. Bezaleel hizo un santuario, ¿y tú?
Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014
“365 Vidas”
Por: Milton Betancor