“Sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” Efesios 4:32
El Señor muchas veces me ha permitido vivir aleccionadoras experiencias en mi vida familiar. Algunas de ellas se relacionan con lo que hacemos y les enseñamos a nuestros hijos.
Muchas veces, Dios nos envía algún mensaje o llamado de atención mediante la inocente y sana sinceridad de nuestros pequeños hijos. Algo así me sucedió una tarde, mientras trataba de resolver un asunto con el menor de mis niños, de casi cinco años. Mi esposo y yo trabajábamos como empleados en el Instituto Adventista Balcarce, en la provincia de Buenos Aires, Argentina. Una tarde se acercó uno de los constructores que trabajaba en la institución, para comentarme que había visto que un grupo de niños mayores que mi hijo lo habían hecho caer de bruces sobre una montaña de arena, lo que provocó que le entrara mucha arena en la boca, razón por la cual el niño escupía, tosía y lloraba. En su enojo, llenaba sus manitas de arena y la arrojaba a la cara de sus agresores, alcanzando a algunos de ellos.
Ante la intervención de los adultos, los chicos lo acusaron de haber comenzado la pelea, y lograron que lo reprendieran. Ni ese día, ni el siguiente mi hijo nos comentó el incidente. Al tercer día le hablé del asunto, disimulando lo mejor posible el enojo que yo misma sentía hacia los niños que lo habían agredido. Le dije, entre otras cosas, que no tomara represalias si volvían a hacerle algo similar porque aquellos picaros volverían a culparlo. Le sugerí que si se repetía la agresión, nos lo dijera a mi esposo y a mí para que gestionáramos ante sus padres una buena penitencia para ellos. Me miró sereno, con sus grandes ojos oscuros, tragó primero lo que estaba masticando, y señalándome con el índice a su mano derecha me contestó: “Mamá, vos me enseñaste que Jesús dijo que debemos amar y perdonar a nuestros enemigos, y ellos son mis enemigos”.
Y me dejó allí, sola, parada, meditando en uno de los mejores sermones que acababa de oír y que, por supuesto, nunca olvidaré. ¡Gracias a Dios porque nuestros hijos, por pequeños que sean, pueden recibir de Dios los dones de amar y perdonar!
Nancy Estela Arce, Argentina
Tomado de: Lecturas devocionales para Damas 2014 “De mujer a mujer” Por: Pilar Calle de Hengen