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«El castigo hace cambiar a la gente»
(Proverbios 20: 30, PDT).
El dolor era intenso. Jorge acababa de romperse una pierna. No podía creerlo. ¡Qué mala suerte! El primer día de la temporada de esquí, y le ocurría esto. Pero no le había ocurrido porque no supiera esquiar. Tenía solo once años, pero esquiaba prácticamente desde que había aprendido a caminar. Además, se conocía las pistas de esquí como la palma de su mano, especialmente su pista favorita: La Cúspide
—No olvides calentar primero en la pista roja antes de ir a las pistas avanzadas —le había advertido su mamá en el estacionamiento.
—Esa pista es para principiantes, mamá —había respondido Jorge—. Creo que sé esquiar lo suficiente como para escoger en qué pista debo comenzar.
Cuando llegaron al telesquí, Jorge miró la pista roja y suspiró. Había estado todo el otoño esperando para poder deslizarse nuevamente por La Cúspide. Tan solo con ver ese nombre escrito en las señales, ya se imaginaba deslizándose entre sus montículos. Entonces tomó una decisión que le acarrearía consecuencias. A los pocos minutos, estaba en el suelo tratando de mover la pierna derecha. Pero le dolía tanto, que lo único que podía hacer era llorar.
«No puede ser, seguramente voy a estar castigado durante toda la temporada. ¿Dónde están los socorristas cuando uno más los necesita?», pensó. Finalmente llegaron los socorristas, subieron a Jorge al trineo y lo transportaron hasta la estación de emergencia. Jorge se asustó cuando la enfermera le pidió el número de teléfono de sus padres.
— ¿Tiene que enterarse mi mamá? —preguntó tímidamente.
— ¿No crees que va a sospechar cuando llegues a casa con una pierna enyesada? —dijo la enfermera sonriendo—. Voy a llamarla para que se encuentre contigo en el hospital.
Jorge miró hacia la pared. «Si la fijación de mi esquí no se hubiera trabado. Si aquel niño no hubiera aparecido de repente de la nada. Si no hubiera desobedecido a mi mamá y hubiera calentado un poco en la pista roja antes de intentar La Cúspide… ¡Ella siempre tiene razón!», pensó.
Cuando tomamos decisiones equivocadas tenemos que sufrir las consecuencias. No podemos borrar el pasado ni dar marcha atrás, pero sí podemos aprender de nuestros errores y no repetirlos. No echemos la culpa a otros. Más bien, aprendamos y sigamos adelante.
Tomado de: Lecturas devocionales para Menores 2014
“En la cima”
Por: Kay D. Rizzo