Honra a tu padre y a tu madre —que es el primer mandamiento con promesa— para que te vaya bien y disfrutes de una larga vida en la tierra. Efesios 6:2-3
Durante casi veinte años permaneció en casa cuidando a sus siete hijos. El hogar parecía un continuo carnaval. Niños jugando y gritando por todas las habitaciones, juguetes en el piso, resto de mermelada en las manijas de las puertas y en los vidrios de las ventanas, mil huellas de manos pequeñitas que la madre tenía que limpiar… La lavadora nunca dejaba de dar vueltas y vueltas; había que lavar diariamente al menos siete mudas. La ida de los niños a la escuela era toda una odisea: jugaban, luego peleaban por el mejor lugar en el automóvil. En casa, las libretas se amontonaban sobre la mesa de la cocina a la hora de hacer los deberes. La rutina de esta madre terminaba con un gran suspiro y un dolor crónico de espalda, cerca de las once de la noche.
Pasó el tiempo. Los niños se hicieron adolescentes y el carnaval continuó. Los juguetes infantiles dieron paso a discos con la música de moda. Peinados y maquillaje, zapatillas y camisetas con mensajes de rebeldía se podían ver por toda la casa. La adolescencia pasó a la historia y la casa por fin quedó en silencio. Los hijos corrieron tras la vida y dejaron poco a poco su hogar paterno.
Hoy esa madre está frente a mí, con el corazón lleno de añoranzas, y me pregunta: «¿A dónde se han ido todos?». Una lágrima solitaria corre por su mejilla, tan solitaria como ella. Los hijos la llaman por teléfono de vez en cuando para saludarla y contarle sus emocionantes experiencias, pero son escasas las veces que la visitan o la invitan a dar un paseo. Esa madre anhela tener compañía, pero sus hijos le han dado la espalda para buscar nuevas amistades.
Las madres ancianas merecen recibir gratitud y amor de parte de sus hijos. Esa también es una responsabilidad en el cumplimiento del mandato que dice: «Honra a tu padre y a tu madre, para que disfrutes de una larga vida en la tierra que te da el Señor tu Dios» (Éxo. 20: 12).
Amiga, si tu madre aún vive y está físicamente lejos de ti, toma el teléfono, dedícale al menos unos minutos cada semana; reafírmale tu amor, ya que eso le dará un nuevo «aliento de vida».
Tomado de: Meditaciones Matinales para Damas 2013
“Aliento para cada día”
Por: Erna Alvarado