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Lugar: Kentucky, EE.UU.
Palabra de Dios: Salmo 50,15
De pronto sentí una sacudida, y supe que algo no andaba bien. Mi amiga rápidamente giró el volante, y salió de la ruta. Cerrándonos Pe abrigos, nos bajamos al frío intenso, para ver qué había pasado. Era un neumático pinchado. Tendríamos que cambiarlo antes de poder seguir adelante.
Abriendo el baúl, encontramos las herramientas que necesitábamos. Y hasta allí llegamos, en el proceso de cambiar la rueda. Las tuercas estaban muy ajustadas, y no podíamos aflojarlas. No importa cuánta fuerza hiciéramos, no se aflojaban. Los dedos se nos empezaron a congelar, y no sabíamos qué hacer.
«Señor, por favor, envía ayuda», oré. «No podemos hacer esto solas».
Auto tras auto pasaba zumbando al lado de nosotras. ¿Qué íbamos a hacer? No teníamos un teléfono celular. No podíamos andar con una rueda pinchada. Y cada vez hacía más frío. Entonces, vimos que un camión muy grande se salía de la carretera y retrocedía lentamente, hacia nosotras. ¡Qué alivio! Había llegado ayuda.
Cuando el conductor del camión vio lo que pasaba, se puso a trabajar. No le llevó casi nada de tiempo. Enseguida remplazó la rueda por la de auxilio.
—¡Que les vaya bien! —dijo.
Y se fue corriendo hacia su camión, sin aceptar el dinero que le ofrecimos. Al volver a la ruta oré, agradeciendo a Dios por enviar al bondadoso chofer del camión, y por contestar mi oración.
Estoy feliz de tener un Dios al que podemos acudir, ¿y tú? Él nos alienta: «Invócame en el día de la angustia; yo te libraré y tú me honrarás».
Tomado de: Meditaciones Matinales para Menores 2013
“En algún lugar del mundo”