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Lugar: Israel
Palabra de Dios: Mateo 14:27, 29, 30
Un día, un hombre caminaba por la playa, disfrutando de una brisa ligera y de un escenario pacífico. Aparentemente, no estaba prestando atención por donde iba, porque de pronto perdió el equilibrio y cayó al agua.
—¡Socorro! —gritó, mientras comenzaba a agitar sus brazos y a patalear tan fuerte como podía, tratando de mantener la cabeza fuera del agua.
Aunque varias personas más estaban presentes ese día, nadie pareció prestarle atención; quizás hayan pensado que estaba jugando. Finalmente, el hombre se dio por vencido. Sus brazos y sus piernas estaban muy cansados, y no podía seguir luchando. Se relajó, pensando que todo había terminado. Pero, para su sorpresa, comenzó a flotar.
El hombre estaba en el Mar Muerto, el cuerpo acuático de menor altura de la tierra. Está a casi cuatrocientos metros debajo del nivel del mar, y la concentración de sal es tan densa que, si una persona se queda quieta, puede flotar sobre la superficie.
Pedro, el apóstol, se mantuvo sobre el agua no muy lejos de allí. Los discípulos de Jesús habían salido en bote, de noche, cuando vieron una figura que caminaba hacia ellos, sobre el agua. Asustados, pensaron que debía ser un fantasma. Jesús les habló, y les dijo:
«—¡Cálmense! Soy yo. No tengan miedo».
Cuando Pedro vio que Jesús caminaba sobre el agua, decidió que él también quería intentarlo.
—Ven —dijo Jesús.
Así que, el discípulo salió del bote y comenzó a caminar hacia Jesús. Allí fue cuando cometió un gran error: apartó sus ojos de Jesús. «—¡Señor, sálvame!», gritó, mientras comenzaba a hundirse.
Moraleja: asegúrate de mantener tus ojos fijos en Jesús; él es el único que puede evitar que te hundas.
Tomado de: Meditaciones Matinales para Menores 2013
“En algún lugar del mundo”