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Lugar: Tennessee, EE.UU.
Palabra de Dios: 1 Corintios 12:27
Las trompetas tocaban a todo volumen, y los tambores golpeaban en mis oídos. Atacando mi violín todavía con más fuerza, traté de oírme por encima del terrible ruido. Estaba sentada en el ensayo de la banda, y aunque los violines normalmente no forman parte de la banda, habíamos sido incluidos por la poca cantidad de músicos que había en nuestro colegio secundario.
Cualquiera que pasara cerca de la sala de ensayos esa mañana habría temblado. El ruido era espantoso, y rompía los tímpanos. Los saxos chillaban como si fueran los únicos instrumentos en la sala. Los clarinetes mantenían una melodía intensa y continua, con algún chillido ocasional. Y las flautas, bueno… simplemente, digamos que estaban atacando las notas altas con gran volumen e intensidad. La sala de banda era una mezcla caótica de melodías y armonías. Parecía que simultáneamente se estaban tocando treinta solos.
Luego de tratar de dirigimos pacientemente desde el frente, nuestro profesor de música, finalmente, sacudió los brazos y gritó:
—¡Deténganse! ¡Paren todos!
Como apenas lo podíamos oír por encima del ruido, nos llevó algunos segundos lograr que las cosas se aquietaran. Cuando tuvo la atención de todos, dijo:
—No estoy tratando de encontrar al músico que toque más fuerte. Tenemos que trabajar juntos, para crear música.
Ese año, con su ayuda, aprendimos a tocar juntos, como un grupo. Aprendimos cuándo tocar suave y cuándo tocar fuerte; cuándo dejar que se escuchara a otros y cuándo nos tocaba a nosotros. Aunque los miembros de la banda tocaban muchos instrumentos diferentes, trabajando en unidad creamos música.
Lo mismo puede ocurrir con amigos, familias, y hasta en la iglesia. Tenemos que aprender a trabajar juntos. La Biblia dice: «Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno es miembro de ese cuerpo». Muchos miembros; talentos diferentes. Trabajando juntos, bajo el Maestro director.
Tomado de: Meditaciones Matinales para Menores 2013
“En algún lugar del mundo”