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Lugar: Zimbawe
Palabra de Dios: Salmo 101:6
El esposo de Miriam se negaba a aceptar el cristianismo de ella. La maldijo y la golpeó, e hizo todo lo que podía para que ella cambiara idea. Pero, Miriam continuó siendo fiel a Dios. —¡Abandona tu religión o vuélvete a la casa de tu padre! —declaró finalmente.
Miriam no tenía alternativa. Con lágrimas rodando por sus mejillas, empacó sus pertenencias y se fue. Durante más de un año vivió con sus padres. Todos los días oraba por su esposo. «Señor, por favor, está con él, y ayúdalo a que llegue a amarte también».
Cuando llegó la primavera, Miriam decidió plantar una huerta. Pasó muchas horas sacando malezas y regando las plantas. Pronto, su huerta prosperó. Dios la bendijo. Él estaba cumpliendo su promesa: «Pondré mis ojos en los fieles de la tierra».
Por el otro lado, el esposo de Miriam no tenía la misma suerte. Como su esposa no estaba, él tenía que cultivar su huerta. Todo lo que podía salir mal, salió mal. Y, cuando pensaba que las cosas no podían empeorar, algunos cerdos salvajes y babuinos se metieron en su huerta y destruyeron todos sus cultivos. «Esto me pasa porque eché a mi esposa», pensó. «Su Dios me debe estar castigando».
Un día, decidió pedir perdón a su esposa. Compró una bicicleta y un hermoso vestido, y se los llevó de regalo.
—Por favor, perdóname —le dijo—. Daré tres peniques de ofrenda a tu Dios por cada sábado que no has estado. También, quiero estudiar la Biblia y llegar a ser cristiano, como tú.
Encantada con la noticia, ella perdonó a su esposo y volvió a vivir con él. Al sábado siguiente, ambos fueron a la iglesia. ¿Y su huerta? Sí, Dios debió haber bendecido esa huerta.
Tomado de: Meditaciones Matinales para Menores 2013
“En algún lugar del mundo”