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Me deleito mucho en el Señor; me regocijo en mi Dios. Porque el me vistió con ropas de salvación y me cubrió con el manto de la justicia. Soy semejante a un novio que luce su diadema, o una novia adornada con sus joyas. Isaías 61: 10
Cuando Adán y Eva se dieron cuenta de que estaban desnudos, intentaron ocultarse rápidamente de la presencia de Dios. No solo era la desnudez del cuerpo lo que intentaban esconder; lo que más les avergonzaba y los llenaba de culpa era el hecho de haber fallado a su Creador. En medio de su indignidad y sin saber que hacer, tomaron algunas hojas para tratar de cubrirse. Fue un acto de suficiencia propia. En la Palabra de Dios leemos: «Todos somos como gente impura; todos nuestros actos de justicia son como trapos de inmundicia. Todos nos marchitarnos como hojas: nuestras iniquidades nos arrastran como el viento» (Isa. 64: 6).
Cuando estemos desnudas delante de Dios, quizá reconozcamos haber despreciado las vestiduras blancas de santidad, para vestirnos de harapos voluntariamente. Sin embargo, el Señor puede actuar a nuestro favor y cubrimos con su manto de justicia para así devolvernos la dignidad que hemos perdido. Satanás es el principal proveedor de esa «ropa de vergüenza». Cuando nos equivocamos y cometemos pecado, el está listo para colmarnos de culpa y de autocompasión. Entonces creemos que no somos merecedoras del amor de Dios ni de su perdón. ¡Cuán equivocadas estamos! Dios, que conoce el corazón de sus hijos y lee nuestros pensamientos, puede cubrirnos con su manto de misericordia y librarnos del peso del pecado y de la culpa. En su Palabra leemos: «El gran amor del Señor nunca se acaba, y su compasión jamás se agota. Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad!» (Lam. 3: 22-23).
Amiga, despójate de tus harapos. Esto es posible si aceptas l gracia salvadora de Dios y reconoces tus errores, te arrepientes de ellos, y suplicas al Señor que te de su perdón y tenga misericordia de tí. La vestidura blanca que Dios te tiene preparada para ti te permitirá entrar a la fiesta de bodas del Cordero. Pronto el universo entero alabará al Señor con estas palabras: «¡Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria! Ya ha llegado el día de las bodas del Cordero. Su novia se ha preparado, y se le ha concedido vestirse de lino fino, limpio y resplandeciente» (Apoc. 19: 7-8).
¡Tú no puedes faltar a ese, el más grandioso acontecimiento de la historia universal!
Tomado de: Meditaciones Matinales para Damas 2013
“Aliento para cada día”
Por: Erna Alvarado