Vinculando el comportamiento con las consecuencias
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El amparar a un niño de las consecuencias de su comportamiento podría contribuir a crear lo que más tarde sería un adulto inmaduro.
Uno de los principales objetivos durante los años preadolescentes es enseñar al niño que el comportamiento lleva a consecuencias inevitables. Lamentablemente, esa conexión es a menudo interrumpida. Por ejemplo, un niño de siete años pide que le compren un perro, pero nunca se le exige que cuide del animal.
Un niño de diez años es sorprendido en el acto de robar caramelos en una tienda, pero es entregado a la custodia de sus padres. Nada sucede. Una joven de quince años toma las llaves del auto de la familia, pero los padres pagan la multa por su delito de manejar sin licencia. De manera que durante toda la niñez de ellos, esos padres amorosos, en sus equivocados esfuerzos por amparar al niño contra el dolor, se han interpuesto entre el comportamiento de él o de ella y las consecuencias lógicas que emanan del mismo. En tales circunstancias, un joven puede llegar a la edad adulta sin realmente saber que la vida puede «morder». Él o ella puede llegar a ser un adulto adolescente que constantemente necesita que alguien le libere bajo fianza o le saque de problemas.
¿Cómo evitar este desacierto? Al vincular el comportamiento con las consecuencias. Si Juanita por descuido pierde el dinero de su almuerzo, ella simplemente puede que se quede sin comer en esa ocasión. Si Juanita no llega a tiempo para tomar el autobús escolar porque holgazaneó por la mañana, es posible que tenga que ir a pie a la escuela.
Ahora bien, es obvio que este principio puede llevarse a extremos y resultar severo. Pero probar el fruto amargo que la irresponsabilidad produce puede enseñar al pequeño lecciones valiosas que más tarde le serán de provecho.
Escrito por: Dr. James Dobson
El corazón de Hogar.
Narrado por: Mario Palafox Martínez
