Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. Juan 6:35
Lugar: Inglaterra
Los niños estaban sentados a la mesa, listos para desayunar. Los encargados del orfanato pusieron los platos y las tazas, pero no la comida. George Mueller, director y fundador del orfanato, les dio las malas noticias.
— Me temo que no tenemos comida para el desayuno esta mañana —les dijo—, pero no se preocupen. Yo sé que Dios puede proveer. Pidamos a Dios el pan nuestro de cada día.
Apenas terminaron de orar, alguien golpeó a la puerta. Era el panadero.
— Disculpe que lo moleste tan temprano —dijo—, pero anoche no pude dormir. Pensé que usted y los niños necesitarían pan esta mañana, así que me levanté a las dos de la mañana y amasé pan fresco para ustedes.
¡Qué respuesta a la oración! Pero, no había terminado todavía. Oyeron otro golpe a la puerta. Esta vez, era el lechero.
— Mi carro se rompió justo frente a su edificio —les dijo—. Voy a tener que hacerlo arreglar. Pero, toda la leche se va a echar a perder. ¿Podrán ustedes usarla?
Y así, esa mañana, los niños del orfanato de Bristol, Inglaterra, no pasaron hambre. Tuvieron abundante alimento para comer y para beber. Y supieron que Dios había provisto a sus necesidades, tal como había prometido.
Todos nosotros necesitamos alimento y agua para sobrevivir. Y Dios ha provisto para nosotros, así como lo hizo con los huérfanos hambrientos. Pero, también necesitamos aseguramos que nuestro «cuerpo» espiritual esté bien alimentado. «—Yo soy el pan de vida —declaró Jesús—. El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed». Ve a él diariamente. Así, nunca más tendrás hambre o sed.
Tomado de: Meditaciones Matinales para Menores 2013
“En algún lugar del mundo”