«También puede compararse el reino de los cielos a un comerciante que busca perlas finas. Cuando encuentra una de mucho valor, ua a vender todo lo que tiene y la compra». Mateo 13:45-46, LPH
ESTA BUENA PERLA representa el inapreciable tesoro de Cristo, así como el tesoro oculto en el campo. En Cristo tenemos todo lo que necesitamos para nosotros en esta vida y lo que constituirá el gozo del mundo venidero. Todo el dinero del mundo no comprará el don de la paz, el descanso y el amor. Recibimos estos dones por la fe en Cristo. No podemos comprarlos de Dios, pues no tenemos nada con qué comprarlos. Somos propiedad de Dios, ya que la mente, el cuerpo y el alma fueron comprados a través del rescate de la vida del Hijo de Dios. […]
Entonces, ¿qué significa comprar el tesoro eterno? Sencillamente, devolverle a Jesús lo que le pertenece, recibiéndolo en el corazón por fe. Significa cooperar con Dios, llevar el yugo con Cristo, sostener sus cargas. E…) El Señor Jesús puso a un lado su corona real, dejó su mando supremo, revistió su divinidad con humanidad a fin de que por medio de la humanidad pudiera elevar a la raza humana. De tal modo apreció las posibilidades de la raza humana, que se convirtió en su sustituto y seguridad. Coloca sus propios méritos sobre el ser humano y así lo eleva en la escala de valor moral con Dios.
Cristo es el sacrificio expiatorio. Dejó la gloria del cielo, abandonó sus riquezas, puso a un lado su honra, no con el propósito de crear amor e interés para los seres humanos en el corazón de Dios, sino para ser un exponente del amor que existía en el corazón del Padre. […] Jesús pagó el precio de todas sus riquezas, asumió la humanidad, condescendió a una vida de pobreza y humillación, para poder buscar y salvar lo perdido.
Por la gracia de Cristo podemos ser fortalecidos y madurados para que, aunque somos imperfectos, podamos llegar a ser completos en él. Nos hipotecamos a Satanás, pero Cristo vino a rescatamos y redimirnos. No podemos comprar nada de Dios. Somos salvados únicamente por gracia, el don gratuito de Dios en Cristo.— The Youth’s Instructor, 5 de septiembre de 1895.