“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” Filipenses 4:13
Ana estaba atrapada en medio de un tremendo conflicto. Vivía en Honolulu, en un modesto apartamento ubicado en un barrio de narcotraficantes. Yo la conocí, mientras presentaba una serie de conferencias sobre profecías bíblicas en Hawái. Parecía incapaz de resistirse a los vendedores de estupefacientes que todos los días la instaban a comprar más. A menudo cedía a la fuerza de su hábito creciente.
Al finalizar una de mis reuniones de evangelismo, Ana me imploró que la ayudara.
—Pastor, ¡me siento tan débil! ¡Me es imposible resistir!
Le sugerí que se apoyara en la promesa de Dios: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13), y Ana hizo un maravilloso descubrimiento. Sus ojos cobraron un brillo inusitado. ¡Jesús la ayudaría! ¡Él supliría el poder que habría de liberarla! Dos de mis asociados comenzaron a visitarla casi a diario. La noticia corrió como la pólvora en el vecindario infestado de drogas.
—¡Dejen a Ana en paz! ¡Ella está bien ahora!
El descubrimiento de Ana hace posible el cambio.
La vida cristiana no consiste en una entrega inicial a Cristo, para luego abandonarse al fracaso. No es una lucha interminable contra la tentación, con sólo nuestras fuerzas. Nuestro Señor no nos salva para luego dejamos librados a nuestra suerte en la batalla contra el mal. El Cristo que nos redime de la condenación del pecado, también nos libera de su poder. El Salvador que murió para perdonamos, vive para impartimos su poder. No nos salvamos a nosotros mismos. Dios nos salva. No podemos librarnos a nosotros mismos. Cristo nos libra. “Muchos tienen la idea de que deben hacer alguna parte de la obra solos. Confiaron en Cristo para obtener el perdón de sus pecados, pero ahora procuran vivir rectamente por sus propios esfuerzos. Mas todo esfuerzo tal fracasará. El Señor Jesús dice: ‘Porque separados de mí, nada podéis hacer’. Nuestro crecimiento en la gracia, nuestro gozo, nuestra utilidad, todo depende de nuestra unión con Cristo” (El camino Cristo, p. 69).
Cuando luchamos solos, carecemos de poder. El enemigo es demasiado fuerte. Sus tentaciones son abrumadoras. El Cristo viviente nos ofrece hacer por nosotros lo que nosotros nunca podríamos hacer por nosotros mismos. Nos ofrece su poder, su fortaleza. A medida que le abramos nuestros corazones, él nos librará de las cadenas de pecado que nos atan. En Cristo, a través de Cristo, por Cristo, con Cristo…. somos verdaderamente libres. Él es nuestro Libertador omnipotente.