“Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis…pero yo y mi casa serviremos a Jehová”. Josué 24:15
El padre de mi amigo Bill luchaba contra su adicción al tabaco. Bill veía a su padre pasear por el frente de la finca familiar, luchando contra sus ansias de mascar tabaco. A menudo, el hombre agarraba el tabaco de mascar y lo lanzaba con fuerza hacia el maizal. Entonces se sentía libre. Creía haber vencido su hábito. Sin embargo, a eso del mediodía, Bill volvía a ver a su padre, esta vez entre las plantas de maíz, con la cabeza inclinada hacia el suelo ¡buscando el tabaco que había lanzado allí por la mañana!
Si usted hubiera estado en el lugar de Dios, ¿le habría permitido encontrar el tabaco?
¡No! —podría responder alguien—. Si yo fuera Dios, no le permitida encontrarlo.
Pero Dios sí se lo permitía. ¿Por qué? Porque por la tarde, Dios le daba al padre de Bill el mismo poder de elección que le daba por la mañana. Dios no manipula la voluntad, nos permite decidir. Cuando elegimos poner nuestra voluntad del lado de lo correcto, el Espíritu Santo nos imparte poder para concretar lo que elegimos y decidimos.
No vencemos las tentaciones de Satanás por el poder de nuestra voluntad. A menudo descuidamos esta verdad sólo por no entenderla cabalmente. Es imprescindible que la entendamos: sin Dios no podemos vencer el pecado en nuestras vidas; pero tampoco él puede vencer el pecado en nuestras vidas sin nosotros. Colaborar con Dios es imperativo en el plan de salvación. A medida que el Espíritu Santo impresiona nuestras mentes, elegimos someternos a su voluntad el pecado específico que le ofende. Entonces, el Espíritu Santo nos concede el poder para vencerlo. Por resuelta que sea nuestra elección, no basta sólo con ella para vencer el pecado. Jesús lo dejó bien claro: ‘Porque separados de mí, nada podéis hacer” (Juan 15:5).
Supongamos que me encontrara en un gran auditorio, totalmente oscuro, en el que fuera imposible encontrar la salida. ¿Qué si tuviera una pala? ¿Podría con ella despejar la oscuridad? ¿Cuánto esfuerzo se necesitaría para despejar la oscuridad con una pala? ¿Qué si pusiera cien personas trabajando tres horas? ¿Podrían conmigo despejar la oscuridad? ¿Qué pasaría si alguien acercara mi mano al interruptor de la luz cine hay en la pared? Entonces sí, de inmediato se llenaría de luz. ¿Porqué? Porque mínima que fuera esta última acción, tendría la virtud de conectarse con los cables eléctricos que llevan a la fuente de energía. Cuando ponemos nuestra voluntad del lado de lo correcto, nos conectamos con la fuente de energía infinita. El poder de Dios fluye hacia nosotros y dentro de nosotros, efectuando cambios milagrosos.
Cristo anhela llenar nuestras vidas con su poder, para fortalecer nuestras elecciones y decisiones. Y lo hará hoy mismo… si se lo permitimos. ¿Por qué no ceder ahora mismo nuestro corazón a la impresión del Espíritu Santo?