“Por cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo” Filipenses 3:7
Nadie puede quitarnos lo que ya hemos dado. Pablo eligió, conscientemente, dar todo lo que era y poseía a Jesucristo. Nada valía tanto para él como Cristo. Nada le era más valioso que el amor de Cristo; nada más precioso, que su gracia. En comparación con su relación con Cristo, todo lo demás palidecía y perdía importancia. Cuando el apóstol exclama: “Cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo”, la palabra que en nuestra versión se traduce como “pérdida”, en el idioma original significa también “estiércol’, “desperdicios” o “basura”. Cristo es tan extremadamente precioso, que todos los tesoros de este mundo son en comparación solo eso.
El 8 de diciembre de 1934, unos bandoleros chinos asesinaron a los misioneros presbiterianos John y Betty Stam, e incendiaron su hogar. Días después de la tragedia, algunos amigos de la pareja encontraron entre las ruinas calcinadas la Biblia de la Sra. Stam. En la hoja que cubría la parte interior de la tapa, ella había escrito lo siguiente: “Señor, abandono mi propósito y mis planes, todos mis anhelos, esperanzas y ambiciones, y acepto tu voluntad para mi vida. Te entrego lo que soy y lo que tengo: mi vida, mi todo, completamente a ti, para que sea tuyo para siempre. Te entrego todas mis amistades y mi amor. A partir de ahora, todo lo que amo pasa a un segundo plano en mi corazón. Lléname y séllame con tu Espíritu Santo. Vive tu vida en mi vida a cualquier costo y para siempre. Para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia”.
Cristo llena el corazón vacío, enriquece el alma empobrecida y reemplaza el estiércol de este mundo con el encanto inestimable e incomparable de su amor.
Elena G. de White lo explica sucintamente: “Al consagrarnos a Dios, debemos necesariamente abandonar todo aquello que nos separaría de él” (El camino a Cristo, p. 44). La pregunta básica de la vida cristiana es: ‘¿Quién posee nuestro corazón?”
Hay, en las enseñanzas de Jesús, maravillosas paradojas. Una de ellas es que ‘al dárselo todo, recibimos todo”. Hoy Cristo nos ofrece su todo. Su gracia, su perdón, su misericordia, su poder, su valor, su consuelo, su esperanza, su promesa de eternidad, la comunión con él ahora y para siempre. En vista de todo lo que nos da, todo lo que le damos es apenas… basura. ¡Que intercambio!