“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Gálatas 2:20
Stanley Praimnath estaba sentado frente a su escritorio en el octogésimo primer piso de la torre sur del Centro Mundial de Comercio. De pronto, la nariz de un jet 767 lleno el cielo frente a
su ventana. Soltó el teléfono y se metió debajo de su escritorio. Luego vino el ruido estremecedor —acero contra acero— mientras el cielo raso se venía abajo. Los cables empezaron a chispear. Los escritorios y los archivos volaron por el aire, chocando entre sí. La oficina se llenó de humo. Y Stanley comenzó a sollozar y orar.
Mientras tanto, miles de personas procuraban escapar del edificio. Quemados y sangrando profusamente, tropezaban al bajar las escaleras ennegrecidas por el humo.
Brian Clark venía del octogésimo cuarto piso cuando oyó los gritos de alguien que pedía auxilio. Se trataba de Stanley, quien de alguna manera se las había ingeniado para arrastrarse entre los escombros, pero ahora estaba atrapado debajo de la pared que le había caído encima.
Brian se abrió paso entre los restos calcinados del edificio y las puertas destrozadas, y llegó finalmente hasta el hombre atrapado.
—Tiene que atravesar la pared— grito.
—No puedo— replicó Stanley.
—Tiene que hacerlo— insistió Brian.
Arañando y rasgando la pared que se le había caído encima, Stanley intentó abrir un boquete, mientras Brian lo ayudaba desde afuera. En cuanto Stanley pudo librarse parcialmente de su encierro, Brian pudo sacarlo de entre los escombros. Ya a salvo, los dos extraños se abrazaron como hermanos. Cuando salieron del edificio, con lágrimas en los ojos Stanley le dijo a Brian
Mantengámonos en contacto. Te debo la vida.
La esencia de la vida cristiana es la comunión con Dios. Cuando dos personas se aprecian, anhelan estar juntas. La separación es dolorosa. Cuando captamos plenamente la entrega de Jesús al salvarnos, nuestros corazones responden en amor. Anhelamos permanecer junto a él. Queremos estar en comunión con él. No queremos separarnos de su amor ni un instante. ’El precio pagado por nuestra redención, el sacrificioinfinito que hizo nuestro Padre celestial al entregar a su Hijo para que muriese por nosotros, debe darnos un concepto elevado de lo que podemos llegar a ser por intermedio de Cristo…‘¡Mirad Cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios!’ ¡Cuán valioso hace esto al hombre! (El camino a Cristo, p. 15).